Hoy, domingo 17 de abril, dejamos Venecia para ir a Pisa. Desayunamos tranquilamente y fuimos a coger la línea 1 del vaporetto, para recorrer por última vez el Gran Canal de Venecia, con destino Ferrovia, la parada de la estación de Santa Lucia.
Echado el último vistazo a la ciudad de los canales, no metimos en la estación para coger el tren que nos llevaría de nuevo a Florencia, donde teníamos que coger el tren a Pisa.
El tren era un Frecciargento, lo que viene siendo un Ave italiano. Salimos a las 12.27 de Venecia, y a las 14.30 ya estábamos otra vez en Firenze. Comimos en la estación como el jueves, dos menús de pizza con bebida y patatas/croquetas. Mientras comíamos vimos en otra mesa a un señor muy peculiar, escuchimizado, muy sonriente que a todo el mundo que pasaba junto a él le decía algo.
Tras reposar la comida en la calle echando un cigarro, entramos de nuevo para emprender el viaje a la ciudad de la torre inclinada. ¿Y al lado de quién nos sentamos en el tren? Sí, del señor peculiar. Nada más sentarnos algo nos dijo. A Nadia, porque tosió y él le ofreció de su vino. La verdad que un tío genial, muy majo. Se esforzaba por agradar. Y en el asiento que quedaba libre se puso un chico con su hijo, un niño muy tímido con mucho sueño. El "hombre peculiar" se nos presentó, se llamaba Romano. El chico, Michele. y su hijo Leonardo. Que Romano bromeaba con que era Leonardo da Vinci. Y curiosamente padre e hijo vivían o iban, por lo que pude entender de su conversación con Romano, a Vinci.
Romano nos dio hasta lecciones de vida. Le extrañó que no estuviéramos casados, a Nadia le decía que se casara ya conmigo, que era un hombre fuerte y no sé qué más. Y esta le dijo que éramos jóvenes todavía. Nos dijo que el matrimonio era una cosa muy seria. y que lo importante no era la ropa, ni el coche sino la casa. Hacía también muchas bromas. "¿Esa es tu maleta?", señala mi maleta y dice "esta es la mía", agarrando la botellita de chardonnay del Lazio que llevaba consigo. Había ido, como todos los domingos, a Florencia a comer. Por la pinta, parecía un hombre solitario que los domingos se acercaba entren hasta Florencia (desde Livorno) para comer en una estación repleta de gente con la que sentirse acompañado. Un tío genial. Michele, el padre del niño con sueño, también un tío muy majo. Habló mucho con Romano. Pero tampoco sabía español. Así que con nosotros apenas entabló conversación, pero se esforzaba. Otra comentario gracioso de Romano fue cuando preguntó a Nadia que qué estudiaba. Y se quedó con lo de "Administración". No logró entender lo de las oposiciones. Pero el se quedó con la idea de: Administración = a recaudar y meter al bolsillo. Esto tuvo gracia al vivirlo, así como lo cuento no tiene ninguna, pero en ese momento nos reímos un montón.
En Pisa nos despedimos de Romano. A mí me decía "hombre". Nos deseó buen viaje. Y nosotros a él. Qué grande, que buen trayecto nos dio. Y de la estación de tren hasta el hotel andando. Que era un cacho. Yo sabía que el hotel estaba practicamente al lado de la torre, así que hacia allí fuimos. Y cuando estábamos ya cerca, preguntamos a unas señoras por la calle del hotel. No tenían ni idea. y eso que estábamos al lado. Porque encontramos un mapa en la plaza donde estábamos y era torcer una esquina y ya.
La primera impresión del hotel (Helvetia Pisa Tower - crítica Tripadvisor) no fue muy buena, pues la recepción era como el cuarto de contadores, la "ventanilla" era el marco de la puerta. Nos dio la llave de la habitación, la camara 12. Estaba en el segundo piso. Y no había ascensor... Nada más entrar dijimos lo mismo "cómo huele". Y es que hemos ido decayendo de nivel de hotel según cambiabamos de ciudad. Pero bueno, para una noche no estaba mal. Que por lo menos estaba limpio, que es lo más importante.
Dejamos las cosas y bajamos a dar una vuelta. Estábamos a un minuto de la Piazza dei Miracoli, la plaza donde esta la archifamosa torre inclinada. Fuimos a preguntar si nos podían cambiar la hora de la reserva que teníamos para subir a la torre al día siguiente a las 9.00 de la mañana, porque era muy pronto. Y sí, nos la cambiaron. Para esa misma tarde. A las 19.00. Flaman. Mientras, hicimos tiempo haciéndonos fotos. Sobre todo jugando con la perspectiva para hacer tonterías con la torre.
La verdad que marea subir las escaleras del campanario, pues se junta con que son en caracol con la inclinación. Es curioso el desgaste que tienen los escalones, todo debido a la inclinatura. Pues se pisa donde te sientes más derecho.
Las vistas son estupendas. Sobre todo sabiendo desde donde estás mirando. Pues es un milagro que esa torre siga en pie. Tiene mayor inclinación de la que podía imaginar.
Tras unas cuantas fotos fuimos a cenar. En principio pensábamos cenar una porción de algo, pero al final lo hicimos de restaurante (Trattoria Toscana). Nadia canelones de espinacas con requesón y yo lasaña boloñesa, como ayer para comer. Aderezados con una botellita de agua de los Alpes italianos... Caro. Para lo que era fue caro. Pues pagué 17,60 € (15,30 más el 15% de servicio).
Curioso fue que saqué dinero en un cajero (Banca di Cascina Credito Cooperativo) y no me cobraran comisión. Por lo menos si me la cobró no me avisó.
Y tras cenar al hotel. Mientras Nadia estaba a sus cosas en el baño, yo estuve viendo el final de Mr. Bean. En italiano, claro. Y me volvía a partir con la escena del corte de mangas (1.49). Y después echaron Superman Returns. La cosa es que empezamos a verla y vimos un buen cacho (Trailer italiano).
Y así, nuestra última noche en Italia. Ya mañana se acaba la travesía italiana.
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