Ella
fue una princesa a la que nunca le faltó de nada. Tenía todos los vestidos de
la ultima colección. Y muñecas de porcelana que costaban tanto como un riñón.
Su
familia no era rica y a veces pasaba hambre. Pero no podía permitir que su
princesa, su dulce princesa, pudiera por un rato sucumbir a la tristeza.
Nadie
preparó a aquella princesa para la frustración, pero si para gastar y ser
siempre una belleza.
Creció
siempre en un mundo donde sólo importaba el dinero y el físico. Nunca supo lo
que costó ganarlo mas sabía bien como gastarlo.
Siempre
se negó a prescindir de esa vida pues no creía poder vivir sin los vestidos de
Balenciaga o los bolsos de Gucci.
Y
consciente de ello se lanzó a la búsqueda de ese príncipe perfecto que tuviera
belleza y también mucho dinero.
A
él le mostraron un mundo diferente. Que lo que ocurre en casa no debe salir
hacia fuera. Que al final lo que importan son por siempre las apariencias.
Y
así iban siempre en casa: de punta en blanco aunque en el hogar nada había: ni
comida ni muebles ni vajillas.
Desde
pequeño aprendió que saca mas quien pide que quien da y desde pronto se
aprovechó de todo el mundo.
Cuando
se conocieron, se enamoraron al momento. Él vio en ella una chica guapa y con
dinero. Ella a un príncipe ideal al que no le faltaba un detalle.
Y
vivieron todo el noviazgo ocultando sus verdades. Él la llevaba a lujosos
hoteles y después se iba sin pagar. Cogía el coche del vecino sin permiso, y
después le informaba por SMS.
Es
triste vivir así, pero, por las apariencias, lo que haga falta.
Cuando
habían programado la boda y se iban a casar, se dieron cuenta del engaño del
otro. Tras discutir un buen rato, decidieron no parar la boda.
Hicieron
una boda ostentosa, donde nada faltaba y dejaron todo a deber.
Alquilaron
un palacio pero nunca pagaron el alquiler, por lo que al final los echaron.
No
tardaron en encontrar otro pisito, céntrico y amueblado; jugando a ese mismo
juego los dos siguientes años.
Llegó
un momento en que nadie se fiaba y les costaba jugar a ese juego que jugaban.
Ella
le echó a él toda la culpa y se marchó de casa. Aún estaba de buen ver y podría
encontrar un ricachón solitario.
El
siguió jugando a la picaresca hasta que no tuvo fuerzas.
Y
acabaron, solitarios, creyéndose aquello que en realidad nunca fueron pero
siempre jugaron a ser.
El amor es algo sobre-valorado, es mejor ir a lo seguro!
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