lunes, 13 de octubre de 2014

Vidas cruzadas

Es medianoche del 14 de Diciembre y las enfermeras tapan con una manta los cuerpos de Juan y Jon. El hospital entero esta triste. La muerte de estos dos hombres han calado sobre todos. Pero, ¿por qué?

Bueno, si insisten os contaré la historia. Sentaos, por favor. Que empiezo a contarla.

Estamos en 2011 y Juan ha acabado la carrera. Dispuesto a comerse el mundo, trata de que cada día sea una aventura, un sueño. Y no lo va a desaprovechar. Grandiosa es la vida. Cada día se levanta a las 9 y piensa que aventura vivir. En realidad, cuando se plantea una, lo apunta en una lista con las demás. Quiere tocar la guitarra a medianoche en mitad de una azotea, bañarse en la playa mientras llueve y gritar que es libre en mitad del desierto.

Sin embargo su vida sufrió un revés tras una noche alocada. Juan no había bebido, al contrario del caballero con quien había chocado. Ambos resultaron ilesos pero de copiloto en el otro iba una niña pequeña que había perdido la vida.

La niña era pequeña para ir delante, debió de ser sujetada, su padre no debió beber nada y es posible que Juan no tuviese culpa alguna... pero hacer olvidar a él ese instante, ese momento se antoja una empresa imposible de llevar a cabo.

A Jon siempre le dio igual todo. Vivía por que había que vivir y lo demás le daba igual. Hacia muchos excesos. Bebía todas las noches, fumaba como un carretero, se emporraba sin miedos y hasta rayas se metía. Tenía una vida desordenada en todos sus aspectos y no tenía pinta de cambiar.

Pero entonces llegó Silvia para cambiar su vida hasta hacer que ni el propio Jon la reconociese.

Juan, por su lado seguía pensando en aquel maldito momento que le quito las ganas de todo. Atrás quedo el chico que quería comerse el mundo. Después de aquel día nada volvió a ser lo mismo y Juan se convirtió en algo que no podía reconocerse, ni siquiera, a la sombra de quien fue una vez.

Jon, sin embargo, vivía el fenómeno contrario. El amor consiguió que cambiara algo sus hábitos diarios. Ya no bebía tanto como antes y había dejado de emporrarse. Conservaba, sin embargo, la costumbre del tabaco y de meterse rayas de cuando en cuando. Pero era un hombre nuevo con el orden restablecido en su vida. 

Juan, en cambio, sigue arrastrado. Ya no disfruta con nada y se está obsesionando. Se ha refugiado en el alcohol para ahogar sus penas. La vida le ha tratado mal y él no ha sabido enfrentarla. Hundido, quiere llorar. Quiere ahogar esa pena. Él no quería matarla pero no pudo hacer nada cuando aquel todoterreno negro se le cruzó en un cambio de rasante.

Jon aumenta su alegría aquella mañana lluviosa de Mayo. Ese día descubre que Silvia está embarazada. Piensa entonces "ahora o nunca" y por fin deja el tabaco, y las rayas, de paso. Esta exultante: va a ser padre, ¿hay algo más emocionante?

Juan no sabe ya que hacer. Mira hacia el cielo y no siente nada. Ya no le quedan ganas de seguir ni de luchar. Los sentimientos de culpa le arrollan cada día, cada momento, en cada esquina, en cada sueño. Y viendo que ya no sabe qué hacer con su vida, se empieza a plantear acabar con ella.

Por su lado Jon sufrirá un altercado que le va a dejar roto. Su pasado de excesos le han condenado y le diagnostican una enfermedad con una esperanza de vida que no ira más allá de los seis meses. A pesar de tener miedo y estar asustado, Jon no piensa otra cosa que no sea vivir para conocer a su hija.

Resulta curioso como uno añora lo que el otro desprecia. Jon daría lo que fuera por sobrevivir a este año, mientras que Juan desearía poner fin ya a esta agonía.

Los días pasaron lentos en sus respectivos letargos. Milagrosamente Jon sobrevivió más allá de lo que diagnosticaron, sabe que no le queda mucho, pero no piensa marcharse sin conocer a su hija.

Y ese día llega, consiguiendo conocerla, pero apenas una hora más tarde su corazón se parará.

En la otra punta de la ciudad, un hombre mira por la ventana. Él se quiere tirar pero no se acaba de atrever. ¿Es cobarde o valiente aquel que no se suicida por tener miedo a la muerte?

Incapaz de hacerlo, escribió un texto, se lo metió en el bolsillo derecho, se quitó su cinturón y se colgó de una viga con él. Mientras lo hacía se le apareció aquella niña para decirle que él no tenía la culpa. Pero ya era tarde.

Juan y Jon coincidieron en el hospital en la antesala de la muerte. Intentaron reanimarles sin éxito, tras hora y media intentándolo. Dos vidas antagónicas condenadas por un pasado que les dejo secuelas a ambos. Uno quería vivir y el otro morir, como antaño pero al revés. Que dura resulta la vida. Que duro resulta el pasado para quien no puede afrontarlo.

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